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The Spy of the Heart
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2. El esta contigo donde quieras que estés.

En algún punto entre las coincidencias extraordinarias y la supresión de las leyes usuales de la causalidad se halla el mundo de lo milagroso. Me parece que este mundo alrededor nuestro, y el vínculo tenue y precioso que tenemos con la vida misma, son un continuo milagro. Pero es el mencionado en primer lugar, el tipo de milagro inusual, el que puede cambiar el curso de una vida, y traer una nueva dinámica en los patrones rígidos de sentimientos y pensamientos. Ese es el tipo de milagro que puede súbitamente conducirnos a la libertad, como un pájaro enjaulado que vuela hacia la vastedad de los cielos gracias al colapso fortuito del cerrojo de la jaula. Desde el momento que me encontré con Ustad Khalili y de nuestra relación muy breve, de un año de duración, sentí que había sido bendecido con este tipo de milagro.

En nuestro viaje hacia el norte de Afganistán los días estaban transcurriendo armónicamente. Fue un duro viaje con los peligros presentes a lo largo del camino pero, de hecho, eso me revitalizó. Estar en una zona de guerra y al filo de la vida y la muerte me mantenía alerta y consciente de mis metas. Pensaba acerca de la totalidad de mi vida. A pesar de los riesgos, estaba esperanzado respecto a donde me estaba conduciendo.

A los 37 años, había estado inmerso en una búsqueda espiritual por 20 años o más. Por espiritualidad, entiendo el estado de mi naturaleza más innata, el núcleo de mi conciencia y experiencia. Había estudiado rigurosamente las religiones del mundo y había encontrado una Verdad común en el corazón de cada fe. Estas tempranas lecturas y contemplaciones alimentaron la conciencia de mi innata espiritualidad, mientras que las doctrinas religiosas de toda variedad me dejaron con preguntas y dudas acerca de las formulaciones tradicionales. Esta era, quizás, la razón por la que me había interesado por la obra de Idries Shah. Disfrutaba de su maravilloso relato de las tradicionales historias sufis, y encontré clara y moderna su presentación del Sufismo, el camino místico que se originaba en los primeros tiempos del Islam.

Es posible que los escritos de Shah estuvieran destinados a ser la parte más clara de su mensaje Sufi. Llegué a esta conclusión por que, sin perjuicio del poder y belleza de sus escritos, los problemas se suscitaban dondequiera que grupos de personas se organizaban alrededor de este material de estudio. Supongo que esto era de esperar por ser un fenómeno típico de la dinámica de grupo y la corrupción en la jerarquía del liderazgo de la organización. Pero en mi ingenuidad juvenil, esperaba que estudiar y aplicar el enfoque de Shah nos daría suficiente libertad respecto a esas mezquinidades y nos daría la posibilidad de realizar verdaderos progresos en el camino espiritual. Este optimismo parecía justificado por que Shah propiciaba un lenguaje psicológico que inclusive exploraba la naturaleza de estos problemas. Él se rodeaba de un número inusual de psicólogos y doctores. Pero las palabras, aún las bellas y significativas, no son suficientes. Tampoco lo es el esfuerzo humano cotidiano.

Durante aquellos doce años de estudio, intenté ignorar la creciente discordancia entre la presentación y los problemas inherentes a la dinámica de grupos, algunos de ellos bastante serios. Entonces decidí continuar y estudiar más cuidadosamente las raíces del Sufismo. Fue mi desilusión con estos estudios la que, de hecho, me llevó a profundizar en el estudio de los idiomas persa y árabe, lo cual me permitiría leer las obras originales de la tradición Sufi. Mientras aprendía estos idiomas, comencé a realizar trabajos de ayuda humanitaria en los campos de refugiados afganos en Pakistán. Pronto me trasladé ahí a vivir y aprender más de la cultura islámica que había dado nacimiento al Sufismo.

Me encontré con Ustad Khalilullah Khalili en la primavera de 1986. El me aceptó de inmediato como amigo y buscador espiritual. Era un hombre amable, de charla sosegada, con ochenta y tantos años de edad, y entristecido por la guerra. Su tristeza era visible, pero también poseía alegría y un gran sentido del humor. Nuestro primer encuentro hubiera sido una toma de contacto, sino fuera porque se asemejó más a una reunión. Su talante abierto era como un mar de amabilidad que me inundaba de modo natural. En nuestro primer encuentro él reconoció la naturaleza de mi búsqueda espiritual.

-Cuéntame más acerca de ti y que has estudiado –me pidió, tras un largo momento de dulce silencio.

Utilizando mi persa rudimentario, resumí los estudios en los que había estado ocupado desde la adolescencia, enfatizando los últimos años que me habían dejado desilusionado. Me escuchó atentamente mientras yo hablaba, y pareció comprender de inmediato como me sentía. Le conté acerca de las vicisitudes vividas bajo una burocracia espiritual bizantina que me había dejado confundido por algún tiempo. Había estado en un camino que enfatizaba que los otros tenían mejor conocimiento que mi propia conciencia, una escuela donde se daban libremente varios tipos de conductas abusivas, con el pretexto que esto cultivaría la correcta “humildad” en el estudiante.

-Mi joven amigo-, comenzó a decir después de escucharme, -el enfoque que has descrito suena extraño y complicado. En realidad el sufismo es simple y directo. La pura verdad es que tú siempre has estado y siempre estarás en relación con Dios. En el Corán Dios dice: “Estamos más cerca de él que su propia vena yugular” . El está así de cerca y aún más. Dios está siempre con nosotros. ¿Pero estamos preparados para eso y abiertos a esa relación? Es solo una cuestión de aprender como aceptar lo que siempre ha sido de esa manera.

Esto se me presentó inmediatamente como algo verdadero. Yo ciertamente había sentido que era directamente responsable en todo momento de una relación que sabía que siempre había estado allí. Así había sido desde mi infancia, cuando lo sentí en los lagos color turquesa de Tahití, en las fulgurantes y asombrosas puestas de sol, en mis propios pensamientos y sentimientos de anhelo y en esa unidad paradisíaca que en ocasiones yo había experimentado con mi entorno. Mientras Ustad Khalili hablaba de esta manera, recordé un incidente de mi infancia: había escapado de mis amigos en la playa para evitar que me quitaran las sabrosas nueces que yo acababa de extraer de las cáscaras duras de una autera. Corría rápida y tenazmente delante de ellos cuando me pareció escuchar al océano decir: “¡Dame las nueces!”

“¿Qué? ¿Quien está hablando? ¿Dónde?” Pensaba, mientras corría por la playa.

La voz también venía desde mi interior: “¡Dame las nueces!”

Me detuve y miré al océano. Era vasto y hermoso.

“¡Dame las nueces!”

Lancé las nueces al océano justo cuando mis amigos me estaban alcanzando.

Ellos se burlaron:

-¿Por qué hiciste eso? ¡Arruinaste el juego!

Mi conciencia regresó al anciano de ojos gentiles y comprensivos.

-Hay un verso coránico en el cual Dios dice...- Él lo recitó en árabe y lo tradujo al persa: “Les mostraremos Nuestros signos en los horizontes más remotos y en ellos mismos (sus almas) para que quede patente que esta es realmente la Verdad.” .

-Ves, mi joven amigo, estamos en las manos de Dios en cada momento que vivimos y Él nos está enseñando.

Sus palabras penetraron profundamente en mí, con sus llamas abriéndose paso súbitamente a través de las nubes de confusión que me habían invadido. Las palabras resonaron en mi interior apenas yo salí de la ensoñación en la que me hallaba inmerso. Pensé por un momento acerca de lo que había dicho. La forma en que él expuso el tema hacía que la espiritualidad pareciera tan fácil. Medité acerca de las razones por las cuales pensaba que la espiritualidad era tan exigente y difícil; lo cual había sido entrenado a creer.

-¿Pero que hay acerca de un largo curso de estudios bajo un maestro, tal como se recomienda en la literatura Sufi?” - pregunté.

-Sí, todo eso es verdad, pero es secundario a la propia comprensión de que todo está dentro de ti. Un maestro solo puede ayudarte a salir del camino de tu propia ceguera y egocentrismo. Pero debe hacer esto con habilidad y amor.

-¿Crees en Dios? –me preguntó de repente.

-Sí, creo -respondí, un tanto sorprendido, esta era la primera vez que un oriental me hacía tal pregunta. En Afganistán sería inconcebible no creer en Dios, o admitir tener alguna duda acerca de su existencia.

-Pero ¿por qué, por qué crees tú en Dios?

Pensé rápidamente y de inmediato respondí:

-Por la belleza, por la existencia de la belleza.

-¡Muy bien, joven! Piensas de manera correcta. Ciertamente Dios es belleza y haces bien en adorarlo a Él en su aspecto de Belleza. Aunque por favor considera cuidadosamente como Él se muestra a sí mismo de muchas otras maneras, aún en las que tomamos como desgracias. Te pregunté acerca de tus creencias deseando que respondieses en base a tu experiencia de reconocimiento directo. Tú has dicho que Dios existe por tu reconocimiento de Él a través de la belleza. ¡Hermoso, hermoso!

El resto de nuestro primer encuentro estuvo inmerso en la hospitalidad afgana. Nos sirvieron una comida deliciosa. Ustad Khalili recitó poesía y me colmó de las atenciones debidas a un querido amigo o a un hijo que retorna. Lo dejé varias horas después, con un estado mental completamente diferente. Me encontraba abierto, libre y limpio por dentro.

Mientras caminaba de la casa de Ustad Khalili en Islamabad a mi hotel, ubicado a cierta distancia de allí, me sentía exultante y agradecido. Sentí una fuerte y marcada conexión con él en ese breve encuentro. Mentalmente repasaba nuestro intercambio mientras caminaba, y me di cuenta de que no estaba sorprendido de haberme encontrado con él de esta manera. Nuestra conexión fue tan inmediata que parecía que estábamos destinados a encontrarnos. Había estado estudiando su poesía durante años antes que nos encontráramos y había retraducido algunos de sus cuartetas; sabía que él era considerado como el último gran poeta en toda la región, reconocido por su elocuencia y dominio del idioma persa tanto por los afganos como por los iraníes. Como la mayoría de los poetas clásicos que lo antecedían, él estaba enraizado firmemente en la tradición Sufi.

Mi primera aproximación a su poesía fue por medio de una traducción de sus cuartetas publicadas por Octagon Press, una editorial inglesa dirigida por Idries Shah. El padre de Shah había sido amigo de Ustad Khalili y sus socios sufis afganos. Leí por primera vez algunos de las cuartetas de Ustad Khalili mientras estudiaba las obras y libros de Shah recomendados por su organización.

Una de las razones por la que yo quería encontrarme con Ustad Khalili era por que él había sido identificado en los trabajos de Shah como una autoridad en Sufismo. En mi búsqueda por reconciliar la disparidad entre la nobleza de los escritos Sufis y mi desencanto con su aplicación, Ustad Khalili era una fuente inestimable de información autorizada en la materia. El era un Sufi actual que trabajaba en la clásica, ecuménica, y no obstante moderna tradición islámica que era la fuente de la enseñanza que yo había abandonado.

Volví a su casa al siguiente día. Él me había pedido que retornara, así su hijo Massoud podía encontrarse conmigo y ayudarme con la traducción. Massoud, probablemente cerca de los treinta años para ese entonces, estaba familiarizado con el pensamiento occidental y manejaba el inglés en forma fluida. Durante este encuentro, los tres discutimos acerca de muchas cosas. Le pregunté acerca de una serie de cuestiones esperando obtener una comprensión más amplia de las perspectivas de Ustad Khalili sobre el sufismo. Él retornó a su tema del día anterior.

- Mucha gente se pregunta acerca de la espiritualidad, qué significa, cómo acercarse a la misma. Hay una hermosa historia acerca de una mujer Sufi, Rabi’a al-‘Adawiyyah. Ella fue una de las más grandes entre los primeros Sufis. Un buscador derviche se aproximó a ella y le dijo: “He estado esforzándome en el camino espiritual por muchos años. Rezo, me mantengo en vigilia durante la noche, ayuno y práctico la soledad. He estado golpeando Su puerta durante muchos años y no siento que haya obtenido el deseo de mi corazón. Por favor ¿puedes tu ayudarme?”

Rabi’a contestó: - Tú dices que has estado golpeando Su puerta durante muchos años, ¡pero esa puerta siempre ha estado abierta de par en par!

Ustad Khalili continuó:

-Ves, mi joven amigo, no hay nada en el camino excepto la propia limitación de la persona para comprender, un tipo de ceguera que nos afecta en este mundo.

Este era el punto fundamental que él continuamente enfatizaba a través de nuestra breve amistad. Él desafiaba mis preconceptos acerca del camino espiritual. Yo había sido entrenado a pensar acerca de este esfuerzo espiritual como un largo camino con una meta lejana, en el marco de un proceso grupal, con una comprensión difícil de alcanzar, repleta de barreras que bloqueaban la vía. En esta temprana etapa de la enseñanza, él enfatizaba la verdad más fundamental que es accesible a la conciencia misma de cualquier buscador sincero.

-“El está contigo donde quieras que tú estés”, eso dice en el Corán-, y agregó:

-No importa que es lo que tú hagas y cualquiera que sea el estado o actividad en la que te encuentres, no hay excepción. Él esta allí contigo amándote, él es tu espíritu mismo, por esto es que Él siempre está contigo.

Citó entonces un verso de un poema de Saadi de Shiraz

“El Amigo está más cerca de mí que Yo de mi mismo.

Más extraño aún es que yo estoy lejos de Él.”

Sonreí cuando escuché la forma en que se refería al amor y la amabilidad en el Corán. Un par de días antes, yo había hablado con algunos de los asistentes a una conferencia religiosa llevada a cabo en el Hotel Islamabad donde me hospedaba. Algunos de ellos estaban muy felices de hablar conmigo respecto al Islam. En casi todos los casos, dirigían mi atención al mensaje atemorizador de los tormentos para los incrédulos en el más allá, y como evitar esto adoptando lo que parecía ser una actitud de temerosa piedad. Las referencias que ellos hacían del Corán no podrían haber sido más diferentes a las de Ustad Khalili. Después de escuchar sus palabras, esta diferencia me sacudió súbitamente en un sentido más amplio. Esto realmente era la clarificación de algo con lo que yo había estado luchando durante toda mi vida: la gente religiosa generalmente siente temor de su Dios. Ellos rezan a una Divinidad exterior a ellos mismos, no a su núcleo interior. Temen un castigo físico de un Dios vengativo, o esperan Su aceptación. Pero la comprensión integral de uno mismo cambia si, como insistía Ustad Khalili, Dios está siempre dentro de uno, como la más profunda esencia de uno mismo, o su conciencia interior. Visto desde este punto de vista, el apartarme de Su presencia en mí y emprender la búsqueda externa de lo que le place a mis sentidos corporales y el egocentrismo narcisista de mi personalidad, es orientarme hacia la pérdida y el sufrimiento que yo mismo atraigo. Si enfrento al mundo en su totalidad, al tiempo que soy capaz de mantener una conciencia de Él en mi ser interior, entonces podré experimentar el paraíso aquí y ahora, y no es sólo algo en lo que creo, en una vida después de la muerte.

Ustad Khalili vio el impacto que había tenido en mí y se mantuvo en silencio por un momento. Estaba experimentando sus palabras con profundidad. En ese momento podríamos haber finalizado nuestro encuentro, y me sentía pleno. No obstante, quise preguntarle un par de cosas más sobre las cuales había estado reflexionando.

Le pregunté:

-¿Puede explicar su punto de vista acerca de cultivar las experiencias paranormales?

El hecho era que muchos Sufis en la región eran considerados Sufis sólo por la reputación de hacer milagros tales como sanar a los enfermos, leer la mente, y cosas por el estilo. Muchos orientales estaban interesados en lo que la mayoría de los occidentales podrían considerar como curanderismo o cosas absurdas. La gente en el Este encontraba perfectamente razonable encontrar el nombre de Dios escrito en las fibras de una rebanada de sandía o recibir bendiciones o información de santos y profetas a través de los sueños. Yo quizá estaba más abierto mentalmente que la mayoría de los occidentales a causa de mi infancia en Tahití. Recordaba con claridad a un pescador de nuestra vecindad quien silbaba en la costa llamando a un gran pez tigre para que viniera a verlo. Cuando era un niño, mi padre me llevó a ver algunos hombres que caminaban descalzos sobre el fuego en Raieatea, quienes realmente pisaban sobre piedras y carbones al rojo vivo, que de tan calientes que estaban me resultaba imposible acercarme a ellos. También recordaba haber tenido momentos de tal claridad que pensaba que podía ver el futuro inmediato, lo que estaba a punto de suceder.

Ustad Khalili respondió:

- No busco tales poderes. Estas cosas pueden o no pueden suceder a los místicos pero esto no es una parte esencial de la vía Sufi. Solo nos ocupamos de nuestra relación con Dios y de practicar el milagro de conocer Su amor en nuestro interior.

Era mediodía y Massoud tenía que partir. Su padre lo acompañó hasta la puerta de entrada. Me senté en soledad recordando nuestra conversación. Le había preguntado a Ustad Khalili respecto a lo paranormal en parte por que él realmente parecía comprenderme profundamente, sin haber tenido antes ningún contacto conmigo. Tengo que admitir que pensaba que podría estar leyendo mi mente. Ese pensamiento me produjo cierto temor: me preguntaba si tal cosa era realmente posible, y si eso era cierto, que pensaría una persona con tales poderes de alguien como yo. Sentía que no merecía la atención que me estaba dando. Justo en ese momento él retornó, y lo escuché que me llamaba desde la puerta. Cuando lo alcancé, vi que estaba sosteniendo en sus manos mis sandalias llenas de sudor. El las puso en el suelo frente de mí.

Estaba avergonzado y sorprendido. Acababa de pensar: “¿Cómo podría una persona que pudiera leer la mente comportarse conmigo cuando viera todas mis carencias?” Esta era la forma de mostrarme su compromiso de servir a otros, de comportarse hacia todos con humildad.

-Vamos, Sikandar, la comida de hoy va a servida en otro lugar-, dijo cariñosamente.

Durante el año siguiente, me encontré con él siempre que podía. Iba y venía de California a la frontera afgana. Mi persa mejoraba a pasos agigantados y era capaz de conversar con él con más profundidad cada vez que nos encontrábamos. Acordamos que retraduciría sus cuartetas al inglés moderno, y la tarea realmente me agradaba. Me sentí honorado que él me aceptara para hacer esto. Massoud y yo ocasionalmente nos reuníamos, especialmente después de la muerte de Ustad Khalili en 1987. Gracias a su ayuda y a la participación de amigos americanos y poetas, nuestra fundación editó en 1989 una traducción del libro de cuartetas de Ustad Khalili. El libro tuvo éxito, especialmente entre los muchos extranjeros que vivían en Pakistán y no tenían idea alguna acerca de la belleza y sutilezas de la literatura y misticismo afganos. En ese tiempo y aún hoy, los afganos son vistos como guerreros enardecidos o refugiados carecientes. Muchos no afganos dijeron que el libro de poesía de Ustad Khalili les permitió ver una profundidad y sensibilidad que no sospechaban que existiera. A menudo alguno de los cuartetas recorre mi mente:

“El origen del placer es la compañía de los amantes
y los rigores de la muerte son la separación.
Así que los amantes se reúnen bajo la rica tierra
La vida y la muerte son una para nosotros.
Arrodillados por el destino en la mesa del dolor
¿Qué posibilidades hay de beber placer de la copa de la vida?
Luchando como una vela en un cuarto ventilado
me extingo en un charco de cera y desaparezco
Cuando una gota de sangre cae a la tierra
una gema cae del anillo del cielo
¡Ten cuidado! El llanto de un huérfano
derrumba los muros del sutil reino.
Tú sabías que te veía como una flor delicada
una esencia resplandeciente en las profundidades de ese mar
Aunque tú estabas ocultando parcialmente tu cara de mí
Yo vi la rama floreciente de un extremo a otro.”

Vi por última vez a Ustad Khalili a principios de 1987. Tuvimos un maravilloso encuentro en su casa y me fui con la promesa de retornar de los Estados Unidos tan pronto como fuera posible. El sonrió con gentileza y tomó mi mano extendida. En lugar de estrecharla, se la aproximó hasta su corazón. Sus ojos se cerraron y permaneció de esa manera por un largo tiempo. Yo estaba en silencio y distendido al sentir su presencia, la atención que me brindaba se irradiaba de él hacia mi mano y atravesaba la totalidad de mi cuerpo. Abrió los ojos húmedecidos y dijo adiós.

Un par de meses después recibí una llamada telefónica de Mohammed Ali, el director de mi oficina en Peshawar.

- Tu amigo Khalili ha muerto. Enfermó súbitamente y fue llevado al hospital. Murió ayer allí. Lo siento –me dijo lentamente.

Cuando escuché estas palabras la tristeza me invadió. Rápidamente colgué el teléfono y me sentí embargado por la pérdida. Pensé acerca de la guía y bondad inmensa que me había brindado en el corto tiempo que le conocí. Había cambiado de una manera profunda desde que me encontré con él. Mientras le recordaba mis lágrimas se mezclaron con una sonrisa.

No estaba solo en mi amor y respeto por Ustad Khalili. Un par de años más tarde me encontré con Qazi Jamaluddin Rahmatullah en la localidad de Darzab situada en la provincia de Jowzjan en el norte de Afganistán.

Era un anciano uzbeco que había conocido a Ustad Khalili muchos años atrás. El era un místico Sufi perteneciente a la orden Naqshbandi; tenía la mirada más calma y penetrante que hubiera visto en mi vida. Los Naqshbandis creen que el espíritu de los santos guía a quienes viven en la tierra y les ofrecen sustento espiritual. El conocía mi amistad con el extinto Ustad Khalili.

- ¿Sueñas con él? –me preguntó Qazi Jamaluddin.

- Sí, algunas veces. Tuve sueños poderosos. Una vez vino a mí y entró en mi cuerpo a través de los orificios de mi cabeza. Mientras me atravesaba comencé a temblar por la energía que sentía. Desperté y estaba temblando, lleno de vida. Una vez volamos juntos muy rápidamente a través del universo, más rápido de lo que pueda describir.

Jamaluddin comentó:

- Fuiste muy afortunado al haberte encontrado con él. Era un buen hombre y muy generoso. Fue tu maestro y su presencia permanece contigo.

La generosidad de Ustad Khalili era reconocida. Homayon Etemadi, un querido amigo afgano y mentor que se asentó en California, había conocido a Ustad Khalili la mayor parte de su vida. Me contó muchas historias respecto a él.

- Una vez éramos parte de una comitiva real de caza y picnic en el campo. Mientras algunos caminábamos juntos, un hombre muy pobre, un leñador, vino a nosotros. “Por favor ayúdenme” dijo, acercándose con cautela. “Mi hijo está muy enfermo y no tengo dinero”. Khalili permaneció hablando con el hombre y el resto siguió avanzando. Me detuve cerca, para mantenerme próximo a Khalili en caso de que algo inesperado pudiera ocurrir. Le vi sacar el reloj de oro que le había dado el rey. Le habló en forma calma al leñador, advirtiéndole que no vendiese el reloj a un precio muy barato. Sabía que el leñador nunca había visto algo como ese reloj. Le advirtió un par de veces para que tuviese cuidado a la hora de venderlo, y se despidió de él. Intenté hasta el último minuto disuadirlo para que no se desprendiese del reloj, pero no me hizo caso.

El padre de Ustad Khalili, tesorero del reino y uno de los más poderosos hombres del país, había sido injustamente encarcelado y asesinado por el rey Amanullah a principios del siglo veinte. La familia perdió todas sus propiedades y Ustad Khalili de repente perdió a su padre, su seguridad material, y la felicidad de la infancia. Toda su poesía está imbuida de una tristeza persistente, atenuada por su inmensa bondad y generosidad de espíritu. En persona. Ustad Khalili también podía ser muy divertido y un poco bromista.

Homayon Etemadi me contó otra historia, de un encargo que ellos debían cumplir para su eminencia el rey Zaher Shah. En forma discreta, el rey era un devoto del Sufi loco Jan Malang quien vivía en Gulbahar. A Homayon, quien era primo del rey y secretario real, le ordenaron tomar uno de los pocos automóviles existentes en el país y entregar algunos presentes a Sayid Jan. Uno de los regalos era una lata de bombones provenientes de Turquía. Ustad Khalili quería visitar a Sayid Jan Malang y pidió acompañarlos en el viaje. El chofer estaba al volante y Homayon y Khalili disfrutaban su mutua compañía cuando el último pidió ver que aspecto tenían esos bombones. Homayon abrió la caja y Khalili los olió. Ustad Khalili dijo que podían probar uno de ellos si después acomodaban los otros bombones para llenar el espacio. Homayon estaba un poco nervioso respecto a esto, pero aceptó hacerlo con reticencia.

Para abreviar una larga historia: en un abrir y cerrar de ojos se comieron todos los chocolates. Era un largo viaje y cuando llegaron a la residencia de Sayid Jan Malang, lo encontraron rodeado de derviches. Ellos trajeron los otros regalos y los colocaron cerca de Sayid Jan. El los miró, y se quedó revolviéndolos. Finalmente dirigió una mirada de interrogación a Ustad Khalili, quien estaba cerca de él. Khalili no pudo ocultar su culpa. Se mantuvo completamente silencioso pero su rostro avergonzado lo decía todo. Sayid Jan Malang tenía algo del tipo de Sufi loco. Él trabajaba en otro plano de la realidad, uno que no tenía sentido para la gente común. Por ejemplo, el abofeteaba a gente de vez en cuando. A menudo la gente abofeteada por él se convertía en iluminada, o al menos así dice la historia Y así, Sayid Jan abofeteó a Ustad Khalili, quien era el que estaba más cerca de él; el pobre hombre permaneció allí, resignado a su castigo, el cual también aceptó como una bendición.

En mi caso, Ustad Khalili usaba el humor en lugar de la severidad para señalar mis deficiencias. O inclinaría silenciosamente su cabeza, con una expresión de triste tolerancia por que lo yo había dicho. Al principio de nuestra amistad, me preguntó por que quería traducir su poesía.

Respondí:

- Por que siento la espiritualidad de sus cuartetos.

- ¡Ah ya veo! –dijo-. ¿Será quizá porque tú eres una persona espiritual?-. La manera en que lo dijo me hizo reír nerviosamente. Fue como si con su mano suavemente entrara dentro de mí y tocara algo que tenía cierta falsedad. Después de mi risa contenida, él se echó a reír. Entonces yo reí más ruidosamente. Pronto ambos estábamos a las carcajadas. ¡Fue sorprendente! Me reía de mi mismo junto a él, sin propósito deliberado, ni con deseo alguno de defenderme. Reía de las tonterías de mi propia personalidad. Este momento tuvo un impacto prolongado en mí. Este particular intercambio me viene a la mente de vez en cuando, en las ocasiones en que me comporto como un tonto.

- No hay rosas sin espinas. - Dijo Khaliullah

- ¿Pero que pasa si no hay rosas? -pregunté

- Potencialmente, hay una rosa. Puede suceder que la tierra esté empobrecida, que el pobre rosal esté creciendo en la profundidad sin luz de un bosque. Puede que no haya agua. Pero hay una rosa que está esperando. Limpia las malezas para que entre la luz. Remueve la tierra alrededor del arbusto para que así puede tomar agua. Fertiliza el suelo si es deficiente. Entonces la rosa aparecerá, si Dios quiere.

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